martes, octubre 30, 2007

12ª Epístola

Tiempo…

Tiempo que se va y que nunca más vuelve. Un precioso tiempo robado hostilmente que poco a poco se va perdiendo en lo efímero. Tiempo al que te intentas aferrar desesperadamente para al menos poder decir que no ha sido perdido en vano. Tiempo despojado que finalmente trae otro dolor: El de descubrir con amargura todo ese tiempo que ya antes malgastaste; Y es que peor aún que el arrepentimiento de aquello que se ha hecho, es el arrepentimiento de lo que nunca se ha llegado a hacer.

Todos erramos en nuestros actos ocasionalmente; Todos nos arrepentimos de las decisiones tomadas en ciertos momentos; Siempre produce malestar el equivocarse al elegir, pero cuando la opción que has escogido es la de permanecer pasivo, ese remordimiento se multiplica, porque al pesar que produce esa mala elección, se le añade la frustración que trae el darse cuenta de que ni siquiera hiciste algo por cambiar el resultado.

Y así te encuentras el día de hoy, abordado por todas aquellas cosas que siempre has querido hacer. Todo lo que quisiste ver, lo que quisiste oír, lo que quisiste sentir, te asalta ahora recordándote aquellos días vacíos que ya han desaparecido sin remedio, mortificándote además con la idea de que, al fin y al cabo, no te queda más remedio que resignarte e ir desplazando todo eso a un lado, a un rincón donde poder acceder a ello más adelante, y más vale que te armes de paciencia, porque la espera será larga…