viernes, marzo 02, 2007

8ª Epístola

Casi 400 presos...

400 personas. 400 motivos. 400 razones más o menos equivocadas. 400 internos con muchos por detrás.

Te entristece pensar en todas esas personas que por unos u otros motivos han errado en sus vidas. Personas con sus sueños, con sus ilusiones, con una historia que contar. Algunos arrepentidos. Algunos indignados. Algunos indiferentes.

Sientes la amargura, cuando piensas también en aquellas otras personas que les esperan. Que les ofrecen su apoyo. Que anhelan volver a verlos entrar por la puerta. ¿Cuantos pueden ser? ¿Cuántas vidas interrumpidas por el error, por la insensatez de uno? Piensas en las innumerables lágrimas derramadas por todos ellos, velando por los suyos. Lágrimas para muchos indiferentes.

No obstante, cuando realmente se encoge tu corazón, es cuando descubres las causas que han llevado a los que están aquí en esta situación. Cuando descubres que el problema no es esa persona, ni esa causa. La desesperanza te aborda, cuando te das cuenta de que el verdadero problema tiene muchas caras, muchas voces, y unas raíces demasiado profundas.

Hablas con ellos, te explican sus argumentos, y te preguntas por qué no vieron otro camino, por qué no vieron otra opción, si realmente la tenían, si realmente pudieron elegir. Y es que, en la mayoría de casos, las decisiones que tomamos, nuestras acciones, nuestras elecciones, nuestra manera de ser, no son sino frutos de nuestro entorno, de nuestra educación, y estas cosas sí que no las podemos elegir.

¿Y qué hay de aquellos que defienden su inocencia? Porque, si bien es cierto que todos están aquí por los errores cometidos, algunas veces esos errores son ajenos. En estos casos prefieres pensar que realmente también tienen parte de culpa. Que quizá hubiesen podido hacer algo para evitarlo. Porque te niegas a pensar, que alguien ha terminado aquí totalmente exento de culpa. Sería demasiado injusto.

Sea como sea, errores al fin y al cabo, cometidos de una u otra manera. Y, aunque dichos errores se escapen de nuestra voluntad, situaciones como esta son las que nos hacen ser conscientes de su existencia.

Es, precisamente ese, el paso más importante para acabar con ellos de una vez por todas. Solo queda hacer todo lo posible para que no se repitan nunca más.